¿Cómo distinguir el hambre emocional?

Tras las vacaciones, es normal que la mayoría de nosotros nos sintamos más nerviosos y desubicados, hasta volver a adaptarnos a la rutina. Este estado ansioso afecta a la relación con la comida de muchas personas, sobre todo respecto a ciertos alimentos (antojos). A este hecho le llamamos hambre emocional.

El hambre emocional consiste en comer basándonos en cómo nos sentimos, en lugar de en función de lo que necesita nuestro cuerpo. Es frecuente que se dé cuando llevamos una dieta restrictiva, en periodos de tristeza, aburrimiento o estrés (como el actual), por estar muy expuestos a determinada publicidad (de productos ricos en azúcares simples y grasas saturadas), etc. En esos momentos, se activa en nuestro cerebro un mecanismo de demanda de una “recompensa” o del placer producido por las hormonas que se segregan al consumir ese tipo de alimentos.

Este tipo de apetito suele aparecer de repente y se caracteriza por desear normalmente dulces, snacks o alimentos de baja calidad nutricional: chocolate con leche, patatas fritas de bolsa, chucherías, embutido… No tiene por qué desaparecer con la ingesta y suele causarnos sensación de culpa.

Por otro lado, el hambre fisiológica es la que surge ante la demanda de energía por parte del organismo y se sacia con cualquier alimento en cantidad suficiente. Produce un progresivo vacío en el estómago, acompañado de ruidos y molestias estomacales.

Para poder distinguir entre los dos tipos de apetito, debemos preguntarnos: ¿estoy comiendo por necesidad real o me siento aburrido, frustrado o estresado? Si bebemos un par de vasos de agua y ese apetito desaparece, entonces se trataba de hambre emocional. Lo primordial es identificar qué nos la causa y desviar la atención haciendo otra actividad. También ayuda mucho que nuestra nevera y nuestra despensa no contengan prácticamente esos alimentos que pueden suponernos un antojo.

Por otro lado, cuando sintamos hambre real (física) debemos esforzarnos en tener una alimentación consciente, relajada, sentarnos a comer, masticar lentamente, disfrutar de la comida y hacer una pausa entre bocado y bocado, prestando atención a lo que comemos en cada momento y evitando las distracciones (televisión, teléfono…), para mejorar la gestión de nuestras emociones respecto a los alimentos.

Así, cuando queramos darnos algún capricho, no habrá ningún problema a partir de ahora, ya que lo haremos por decisión propia, en ocasiones especiales y respetando los horarios y la ingesta global de ese día.

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