Estas variedades son ricas en harinas refinadas, grasas de baja calidad y alimentos procesados (bacon, jamón york, quesos fuertes…). También es frecuente encontrar añadidos ingredientes como azúcar, dextrosa o lactosa: azúcares que disminuyen más la calidad nutricional del producto.
Para conseguir preparar una pizza que encaje en el contexto de una alimentación saludable, es fundamental hacerlo en casa escogiendo muy bien los ingredientes a utilizar, empezando por los de la masa. Lo recomendable es reemplazar las harinas refinadas típicas por alimentos saciantes, como la clara del huevo, algunos vegetales (pizza de coliflor, brócoli, lentejas) y los cereales integrales.
Nuestra pizza: un plato completo
Nuestra pizza podrá llegar a cumplir el método del plato, procurando que aproximadamente el 50% de sus ingredientes sean verduras, que la cantidad de carbohidratos esté en torno al 25% y la cantidad de proteínas sobre el 25% del total, siendo éstas de alto valor biológico (procedentes de huevos, carnes blancas, marisco, pescados en conserva, etc.).
Los toppings que utilicemos también son determinantes: la salsa de tomate es importante que esté hecha a partir de tomate natural, el queso que sea fresco o tierno (en lugar de curado) y las verduras frescas y de buena calidad (pimientos rojos o verdes, champiñones, berenjena, alcachofa, cebolla…y alguna aceituna). También puedes colocarle unas hojas de albahaca o unos frutos secos naturales/tostados, así como aliñarla con un poquito de aceite de oliva virgen extra justo al servir.
En definitiva, es posible comerse una deliciosa pizza que sea adecuada desde el punto de vista nutricional y adaptada 100% a tus gustos, consiguiendo resultados muy saludables con sabores y texturas diferentes a los que estás acostumbrado/a.